miércoles, 5 de octubre de 2016

Que seamos



Que vengas despacito. Que me abraces. Que te quedes. 
Que me saques las inseguridades y yo te quite el temor.
Que me hagas más loca, que me sientas tu calma.
Que no haya más miedo.
Sobre todo,
que perdamos el miedo
a estar bien.
Que volemos alto, que nos miremos,
que el viento de tu alas levante las mías.
Que nos animemos a intentarlo aunque vayamos a caer.
Que me den ganas de probar cosas nuevas, atreverme, que a veces sea genial y otras no tanto pero que siempre valga la pena.
Hacerte reír y que se te achinen los ojos de tanta risa. Que nos tentemos y lloremos lágrimas de alegría.
Que te sientas libre. Que seas ridícula, graciosa, niña, mujer,
que te des cuenta que me encanta.
Que pienses que no estoy prestando atención y tararees una canción, que piense que no estás mirando y baile, que nos sonríamos sin decir nada.
Que te dejes cuidar, que me cuides, que nadie pueda en contra nuestra.
Que si pueden,
estemos para ayudarnos a levantarnos de nuevo.
Que lloremos, si hace falta. Y si no hace falta a veces también.
Que los abrazos abunden y curen heridas y llenen silencios.
Que no nos falte nada, que nos sobre todo,
que inventemos soluciones cuando se nos escape el cómo.
Que me dejes intentar hacerte feliz, 
que nos permitamos serlo.

Que intentemos todo y por sobre todo
pero que que si hace falta seamos valientes…
que nos dejemos ir.


Quizás entonces ahí nos encontremos.








martes, 4 de octubre de 2016

El velo de la noche



La salida tenía que estar en alguna parte del otro lado de la bruma, pero sus ojos enceguecidos miraban sin ver la densidad confusa que la rodeaba. Quería moverse pero su cuerpo no respondía a ningún impulso básico excepto a tres: Latir. Respirar. No cerrar los ojos. La última era la única orden consciente de su cerebro que parecía capaz de obedecer, dominada como estaba por un temor primitivo a la nada espesa en la que se hallaba.


No podía despegar los pies del suelo duro que se extendía fuera de su campo de visión, y sin embargo sentía en la piel y en las entrañas que tenía que correr, protegerse. Algo se movía con sigilo por los pasillos ciegos de ese laberinto sin nombre hallando sin esfuerzo el camino hacia ella (y todo esto ella lo sabía, aunque no podía decir cómo).


Quería gritar pero había perdido la voz en algún lugar entre su pecho y su garganta.


Desde algún punto impreciso de su entorno le llegó un sonido como de olas rompiendo contra una orilla y una ráfaga de aroma a sal atravesó la espesura y le inundó la nariz. La sombra que la buscaba se detuvo un instante (de alguna manera lo supo). Sin darse cuenta hizo un paso y luego otro, y a lo lejos el mar volvió a golpear en la orilla. Creyó que era libre (pero la niebla no cedía), pero entonces la sombra sin nombre reanudó su marcha a la carrera y se abalanzó sobre ella con un zarpazo certero.


Esta vez el grito sí escapó de sus pulmones.





A Germán lo despertó Lucía sacudiéndose a su lado con violencia entre gritos guturales. No pudo despertarla, pero consiguió calmarla lo suficiente como para que volviese a estarse quieta en la cama, sus gritos transformados en un llanto ahogado. Satisfecho, la besó en la frente y se acomodó para tratar de seguir durmiendo.





Afuera, una sombra merodeaba la noche.

domingo, 7 de agosto de 2016

Silencios



En el silencio de la noche se van durmiendo mis sentidos hasta que sólo me reconozco en los latidos de mi corazón.

Pulso
pausa 
pulso 
pausa

un millar de pequeñas muertes insignificantes para recordarnos a cada instante que seguimos vivos.
Siento correr la sangre por mis venas y dejo que me llene como una música intracelular, como una nana.

No quiero hacerlo pero por algún motivo pienso en vos.

"Abrir las puertas de la jaula" leo, y a mi derecha se ríe un demonio con voz de ángel.
No lo hago porque de la jaula saldrían todas las palabras a las que les temo con una irracionalidad de niña.
Aunque los conozco bien
mis monstruos no tienen nombre.
Me niego a designarlos, como si negarles el nombre propio les negara esa existencia que es más palpable y más fría en las noches de tormenta. Y sin embargo nada más falso, si me habitan subrepticiamente desde el inicio de mis días, o desde que llegaste, que es otra manera de decir lo mismo.

Sos, sin haberlo querido, el inicio de todas las cosas.

Quiero acallar las voces de mi cabeza y en un movimiento contradictorio hago de cuenta que no sé que la única manera de hacerlo es vomitarlas en torrentes turbios y desordenados y que se desparramen como olas por el mar traicioneramente quieto que me rodea.
Pero tengo la piel delgada y las olas podrían barrerlo todo.
Por eso temo (callo)
(con una cobardía de la que no me atrevo a despojarme).

¿A qué le tenés miedo? me preguntás con la mirada.
Creo que a quedar desnuda después de tantos años de corazas y máscaras, como si eso fuese terrible de algún modo, o como si el acto de desnudarme el alma de mí misma, me desapareciera a mí también,
pero la verdad más sincera es que no sé.

Quisiera hacerme poesía para sublimar en ella todo lo que me vibra oscuramente dentro.
Pero sé muy bien que la poesía sería otra forma de rodeo, otra evasión.

"Abrir las puertas de la jaula" leo, y a mi derecha ríe un demonio con voz de ángel.
A veces el invierno es una estación tan cruel.

(En realidad estoy pidiendo que abras la jaula vos
que preguntes
y que me escuches en el silencio de todo lo que no digo).



domingo, 24 de julio de 2016

Amarras

Hace frío y noche y la ciudad ya empieza a entonar una nana que suena a neumáticos mojados rodando sobre el pavimento y a pasos cansados y a televisores ronroneando su hipnótica canción.

Hace frío y lluvia y mi cabeza cansada no puede parar de pensar. Abrí los ojos hace un instante a contramano de un hemisferio que los cierra pero pareciera  que nunca hubiese dormido. El cuarto me da vueltas alrededor y por dentro algo se siente como si se estuviese yendo, flotando a la deriva irremediablemetente fuera de mi alcance.

Duele.

Hace frío y sal. Es un reconocimiento repentino que asusta por contundente y crudo. Ya no somos lo que éramos y sin embargo no puedo reconocer cuál fue el instante en el que el lazo invisible se desató para dar(nos) espacio de ser, separados.

(Tenía que pasar, y sin embargo...)

Tal vez por eso duele.

Hace frío (hacía) pero me falta el aire y no puedo respirar.

La angustia me llena y escapa a borbotones por los ojos que no encuentran un punto en el que fijarse para que por fin el espacio deje de agitarse. Todo se siente distinto:
el cuarto azul la cama
los libros
las fotos
las motas de polvo que flotan
el aire.

A mi lado duerme un perro que rezonga en su inconciencia y se acomoda más contra mí dándole calor a mi tristeza fría. La mano que acaricia su pelaje dorado y sedoso es lo único que me mantiene anclada a un mundo que siento me está disparando hacia afuera, lejos del capullo en el que me tenía protegida. Es un movimiento suave, el de la mano; un arrullo.

Me dejo llenar por la calma que me da el animal dormido.
Quizás tenía que ser así: la pérdida
el reconocimiento
el duelo,
todo junto en un solo temblor violento que me recuerde que siempre habrá ciertas cosas fuera de mi control
(y que el tiempo, pequeña, no se detiene ni pasa: nos sobrevuela, arrasando todo lo que quiere a su paso sin pedir permiso).

(Que la vida no nos pertenece, en fin: que nosotros pertenecemos a la vida).

Me dejo llenar por la calma y suspiro, de pronto sabiendo que no hay quizás en esta historia, si todo ya ha sido dicho:
tenía que ser así, porque puedo.
El resto está aún por escribirse...


domingo, 8 de mayo de 2016

Hacé que sepan

Hubo un tiempo en que tuve un abuelo al que llamábamos abuelo M.
El abuelo M. era un hombre callado, calmo y reflexivo. Debe haber sido muchas otras cosas más, imagino, algunas buenas y otras no tanto... Esas últimas llevaron a que con los años mis padres y él se distanciaran irreversiblemente y a que hoy yo esté escribiendo estas líneas.
Tengo algunos recuerdos de él. Recuerdo sus anteojos grandes y sus manos lentas y arrugadas. Creo que tenía los ojos claros, y a veces se los secaba disimuladamente con la punta del pañuelo que llevaba siempre en el bolsillo. Por su causa todas las notitas y cartas que regalo llevan fecha, "sino, cuando vuelva a mirarlas, ¿cómo voy a saber cuándo las hiciste?". Cuando se emocionaba se le quebraba la voz y apenas si podía hablar. Mi mamá y mi abuela materna le hablaban de "usted".
Un día el abuelo M. murió. No sé de qué, no sé cómo, ni siquiera recuerdo el día o el año. Sé que yo tendría algo más de 18 años, que ya vivíamos en la casa donde aún estamos, que alguien (mi mamá, mi papá) nos lo dijo (¿estaban mis hermanas conmigo?) mientras estaba sentada a la mesa de la cocina.
Mi papá no fue al velatorio y no nos dijo dónde era. Creo que ya había pasado cuando nos avisó.
Esa tarde lloré en silencio abrazada a mi tigre de peluche preferido.
Primero pensé que era tristeza por no haber podido despedirme.
Después pensé que era por la injusticia: de no haber sabido, de no haber estado, de que me hubiesen mantenido afuera.
Un poco más tarde pensé que era por bronca contra mí misma por no haberme preocupado cuando estaba a tiempo y que, de pronto, fuese demasiado tarde.
Con el tiempo comprendí que no era por ninguna de esas razones: lloraba por el dolor de las cosas que no había hecho. Por no haberlo acompañado más, por no haberle dicho que lo quería, por no haberlo llamado, por no haberle compartido más cosas de mi vida, por no haberme interesado más por la suya.

Dolió mucho.

Después pasó y quedó el aprendizaje, y me prometí que nunca más tendría que hacer un duelo por todo lo que podría haber hecho, dicho o expresado y había dejado pasar la oportunidad hasta el punto de que la vida me la arrebatara de las manos.

Por eso, hoy me recuerdo...

Escribí cartas, notitas, frases de colores en los espejos,
hacé dibujos aunque parezcan de niños de 3 años, 
mandá mensajes a las 8 de la mañana para decir buen día.
Decí te amo
te extraño
te adoro
estás linda
vos podés
sos lo más
a veces sos bastante pésima pero igual te quiero así de mucho.
Agradecé a la gente por ser y por existir, 
agradecé las sonrisas que te roban cuando estás triste, los abrazos que te dan cuando los necesitás pero no los pedís.
Preguntá, preguntá y preguntá:
¿merendamos? ¿nos vemos? ¿voy? ¿venís? ¿vamos? ¿cómo anda fulano? ¿fuiste? ¿te llamó? ¿cómo te fue? ¿rendiste? 
de verdad... ¿cómo estás? 
Sentate a tomar mates aunque en el fondo no tengas tantas ganas, demorate cinco minutos más ahí aunque se te haga tarde para tantas otras cosas, volvé para dar un beso cuando te lo pide el corazón.
Compartí almuerzos familiares, meriendas con amigos, tragos, películas, series mediocres, libros, reuniones, paseos, cafés calientes al lado del fuego,
jugá, reí,
hacé reír,
perdé la vergüenza, dejá salir los halagos, mimá,
abrazá sin motivos, mandá mensajes aleatoriamente,
decí que sí...

Hacé que pase, 
hacé que sepan.


Todo lo demás no es importante.





lunes, 18 de abril de 2016

Esas personas así


Hay personas que son destruye-muros, por llamarles de alguna manera.
No lo son porque destruyan los muros detrás de los que nos escondemos si, después de todo, dedicamos mucho tiempo y esfuerzo a poner cada ladrillo en su sitio para construir una muralla inexpugnable, a veces hasta para nosotros mismos. Pero son personas que dinamitan los lugares justos y consiguen abrir las grietas por las que el alma se escapa como chorros de luz.

Hay personas así.

Personas que nos machacan, que nos pinchan, que en un día de lluvia nos sientan  y nos obligan a escuchar de principio a fin todo el cuento de esas cosas en las que eu, prestá atención, la estás pifiando feo. Que nos cantan las mil y una verdades, sin repetir y sin soplar y sin maquillaje, apuntando a nuestras barreras más débiles pero mejor escondidas y abriéndolas una-por-una hasta que uno queda hecho un ovillo en la cama admitiendo que tienen razón.
Son personas que nos sacuden hasta los huesos porque nos conocen y nos quieren y nos ven como somos antes de que lleguemos a darnos cuenta.

No nos tienen miedo.
Y no tienen filtro.

Nos dicen que somos infantiles, caprichosos, que nos hacemos problemas por todo, que nos lo buscamos, que sobre-reaccionamos o que no reaccionamos para nada, que estamos en el lugar cómodo, que seguimos viendo la parte negativa de todo pero ¿hasta cuándo, me querés decir?
Que nos preguntan cuándo vamos a empezar a hacernos cargo y a resolver todas esas cosas que tenemos pendientes. Y nosotros tan sin palabras y tan sin ganas de responder eso.
A veces se exasperan (¿cuántas veces ya nos lo dijeron, cuántas veces más van a tener que decirnos lo mismo?) y a veces se enojan. A veces parece que están cansados (y la mitad de las veces lo están).
A veces nosotros también nos enojamos porque no nos gusta lo que nos dicen o cómo nos lo dicen o lo que implica lo que nos dicen o por todos esos motivos juntos y superpuestos, o por acumulación de todas las veces anteriores en que nos dijeron lo mismo y no nos enojamos.
Y estamos enojados de verdad, muy enojados, y el enojo desaparece tan pronto como apareció porque sabemos muy bien que ese discurso odioso no es para herirnos. No: hablan desde el cariño, la paciencia y las ganas de que estemos mejor y entonces todos los argumentos defensivos se esfuman o son tan débiles como flechas de papel.
Entonces lloramos, pataleamos, hacemos capricho otra vez. Si no nos podemos enojar con ellos nos enojamos con nosotros mismos por ser tan tontos, por no habernos dado cuenta antes, por estar haciendo otra-vez-lo-mismo. Por seguir cayendo en las mismas debilidades de siempre y porque aunque decimos que vamos a cambiar, en el momento de la verdad flaqueamos como modo natural de ser.

Nos ven llorar y no se horrorizan, porque saben. Que embronca, que lastima, que duele.

Y ellos que saben, nos sostienen. Con un abrazo empiezan a juntar nuestras piezas y después nos ayudan a poner de nuevo cada ladrillo y cada barrera en su lugar para que nos sintamos armados y fuertes de nuevo, para que nuestros rayos de luz queden otra vez protegidos dentro, pero se reservan la última piedra y esa no nos la dan. Por ahí van a empezar a romper cuando llegue el momento, la próxima vez.

Pueden ser cualquier persona. Un amigo de la infancia, tu mejor amiga, tu pareja, tu mamá, tu papá. Un hermano, tu madrina, la hija de la vecina con la que nunca hablás pero que te sacó la ficha desde el comienzo y cuando hace falta, te lo recuerda. Un abuelo, la quiosquera. Tu psicólogo o una persona que si te preguntan, decís que detestás, aunque en el fondo no.

A lo mejor tuviste la fortuna de encontrarte con una persona así.
A lo mejor tenés la suerte de que sean más de uno y de que todavía sigan a tu lado.

Yo sé que las tengo.
Gracias, bellas, por ser.

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miércoles, 6 de abril de 2016

"Hay que confiar, mamá"


La otra vez estaba navegando por Facebook y me encontré con esta publicación


Yo no sé si esa frase es real o no. Y de todas maneras, tampoco importa, porque lo que importa acá es otra cosa.

No sé si me va a morder...
No sé si va a doler, si me voy a golpear, si voy a poder soportarlo, si voy a llorar, si me van a dar la altura y la capacidad. Si voy a estar cómoda, si voy a entrar, si me va a entallar bien o si me va a sobrar por todos lados. Si será amargo, si me hará tropezar, si me caeré. Si no iré a decir "para qué me metí en ésta" y no querré dejar todo como está, cerrar la puerta y marchar para otro lado.

La verdad es que no sé, que ninguno de nosotros sabe. 

Y podemos hacer previsiones, especular, pintar escenarios y elegir los peores "para no decepcionarnos después". Y podemos imaginar todo lo que puede ir mal o todo lo que puede pasar que no estábamos esperando y para lo que no estábamos listos, y entonces decir "y mmm bueno, mejor no". Y sentarnos. Y dejar que pase. 
Pero "hay que confiar, mamá". Porque ¿y si sale bien? ¿Y si era para nosotros, y si estamos a la altura y tenemos la capacidad? ¿Y si se siente justo y mágico, y si las lágrimas que traiga son olvidadas enseguida merced de todas las risas? ¿Y si estamos cómodos y nos hace bien, y si llegamos contentos y no tenemos ganas de irnos? ¿Y si es dulce y fluye y sentimos que encontramos nuestro lugar, aunque sea por el instante que dure? ¿Y si es mejor, mucho mejor, que todo lo que podríamos haber imaginado?

¿Y si fallamos, sí, pero lo que nos llevamos y aprendemos compensa todos los tropezones y caídas?

La verdad es que no sé, que ninguno de nosotros sabe. 

Pero el truco está en arriesgarse precisamente por eso, porque uno nunca sabe. 
Y nos puede sorprender.



lunes, 7 de marzo de 2016

Animate

Animate a las cosas buenas.

Animate a las cosquillas en la piel y las mariposas en la panza, a las carcajadas de puro nervio ante la novedad que te toma de la cintura por sorpresa para sacarte a bailar.

Animate a atravesar las puertas que no sabés a dónde llevan y a encontrar del otro lado justo eso que necesitás, animate a saltar al vacío con los brazos abiertos y que Fújur te atrape al vuelo en su lomo blanco.

Animate a intentarlo y a ganarle la partida al azar y a las desdichas.

Animate a aceptar que las cuerdas del Universo pueden estar moviéndose a tu favor. A encontrar a la persona precisa en el momento justo, a estar en el lugar correcto en el segundo preciso, a que te den la oportunidad que ni siquiera estabas esperando, a tirar todas las cartas creyendo firmemente en que una va a caer donde tiene que caer, y que lo haga.

Animate a confiar que sos lo suficientemente bueno, que alguien va a considerarte la persona adecuada, que hacés cosas valiosas, que podés, que vos sos uno de esos que van a conseguir todo lo que se proponga y a hacer de su sueño, su vida.

Animate a aceptar que las cosas buenas te pueden pasar a vos también, animate a aceptar que te pasan.

Y cuando te pasen, animate a disfrutarlo. 




lunes, 22 de febrero de 2016

Z de zambullida




Que te tiemble todo el cuerpo de sólo pensar
que estás a punto de arrojarte de cabeza al torrente de la vida.

(Y que mires al sol sonriendo antes de cerrar los ojos.
Que te animes,
y que te arrojes.) 

Y que a cada momento recuerdes la adrenalina y el placer de esa primera zambullida. 






Cuando llegó carta, la abrí.
Cuando oí a Salif Keita, bailé.
Cuando el ojo brilló, entendí.
Cuando me crecieron alas, volé...

miércoles, 17 de febrero de 2016

Y de "y si..."

¿Y si me das todos tus miedos a cambio de un puñado de caramelos de colores y los metemos en una cajita y los dejamos en el río para que se los lleve la corriente?
¿Y si vos me sacás los míos cuando yo no estoy mirando y los soplas junto con los dientes de león que recogimos en la orilla?
Si derrumbamos muros y tendemos puentes y dejamos que sean otros los que paseen con máscaras. Si hablamos a corazón abierto y nos mostramos las heridas para secarlas al sol y dejar que cicatricen.

¿Y si vamos a contramano del mundo?
Alquilamos cuando nos dicen que hay que comprar, gastamos cuando nos piden que ahorremos. 
Si preferimos gastar el dinero en libros antes que en ropa, en golosinas antes que en barritas light, en sánwiches para comer en el parque en lugar de en cenas caras. Si nos deshacemos de las cosas cuando otros amontonan, si seguimos dejándonos llevar por la curiosidad cuando otros amonestan a los que no toman en serio las responsabilidades sin darse cuenta que su manera no es la única de tomarse en serio la vida. Si vivimos ahora cuando el resto planifica el futuro, o si en realidad pensamos el futuro pero de a momentos vividos hoy más que de a saltos en un tiempo indescifrable.

¿Si juntamos nuestras cosas y nos vamos lejos de las raíces? ¿Si partir resulta ser una forma de volver a ellas?
Si señalamos un lugar en el mapa, el que sea, y partimos hacia allá con las valijas llenas de pocas cosas pero de mucho amor. Si preferimos el cielo de estrellas antes que las luces de la gran ciudad. Si tenemos la casa con patio, los dos gatos, el perro, el cobayo, la tortuga, las bicicletas, las plantas en macetas de colores. Si cuando nos cansamos de todo cargamos a los bichos y vemos a dónde ir después. 
Si encontramos un lugar donde haya cabritas en el jardín revolucionándolo todo y un arroyo que pase justo detrás del terreno, entre la casa y la montaña. Si decidimos que cambiaríamos cualquier cosa por un día más con los pies descalzos a orillas de un lago.
¿Si nos adentramos en el bosque?
Si trabajamos desde cualquier lado y con lo que haya a mano, si nos abrimos caminos, si probamos. Si atendemos bares, diseñamos, cosemos cuadernos, cocinamos, hacemos trencitas, pintamos, redactamos noticias, escribimos cuentos, damos clases, enseñamos, aprendemos.
Si atravesar el día con una sonrisa cuenta mucho más que un sueldo a cambio de 9 hs. de esclavitud. 

¿Y si entre tantas cosas que son fijas dejamos que nos lleve el viento y nos hacemos cambio?


 


martes, 16 de febrero de 2016

X de excepción



Seamos la excepción a la regla que hace que tantos encuentren motivos para protestarle a la vida.
Levantate de buen humor y que siempre tengas los quince minutos que hacen faltan para desayunar tranquila antes de arrancar tu día. Saludá al vecino en la puerta de tu casa, reíte si te hace alguna broma aunque sea mala, llegá al trabajo cantando y de buen humor. No escatimes saludos, nunca sobran los 'buen día' aunque a veces hagan que te miren extrañados.
Recordá los pequeños detalles que le dan ritmo y color a la vida de tus colegas y cada tanto, como al pasar, preguntá por ellos aunque apenas si obtengas una pequeña respuesta. Cómo le fue en el asado con amigos del domingo, si consiguió ese vetisdo que se iba a comprar el otro día, cómo está la nena, la sobrina, el perro, qué tal su paseo de fin de semana, cuántos días faltan para sus vacaciones. Demasiada gente pregunta por enfermedades, dolores, hijos que se llevan materias, inflación, parientes que dan dolores de cabeza, que a alguien le tiene que tocar preguntar por las cosas buenas.
Salí de la oficina sin apuro y disfrutá del sol que brilla en la calle. Saludá al chofer del colectivo como si no cargaras las preocupaciones de todo un día sobre tus hombros. Si necesitás escuchá música y cantá como si nadie te estuviera escuchando, sino viajá en silencio y animate, por una vez, a ser de esas personas que pueden estar consigo mismas y no necesitar nada más.
Caminá jugando a no pisar las líneas de las baldosas, comprá una flor que sea sólo para vos, detenete a conversar dos o tres palabras con la mujer de la despensa. No huyas con tanta desesperación de la lluvia, no te quejes tanto del calor ni de la humedad, en las noches sin luz aprovechá para mirar las estrellas. Cantá a los gritos en la ducha y mientras limpiás, bailá viejas coreografías mientras esperás el cole en una esquina, si te pintan ganas saltá un charco en un día de lluvia aunque esquivarlo sea más fácil y menos aparatoso. Pasá menos tiempo en las redes sociales, mandá cartas que nadie espera, sorprendé a alguien con un llamado sin motivo Comprate un libro para colorear y dedicate a eso mientras tomás mate sola en el balcón disfrutando de la brisa leve y fresca que traen algunas tardes de verano.
Agradecé todas las cosas que sos, que tenés, que lograste y que disfrutás, empezando por las más pequeñas, como que tus cinco sentidos se despierten con vos todas la mañanas, y terminando con las más ridículas, como esa nube con forma de sapo que viste dos días atrás y que te trajo el recuerdo de una infancia a veces olvidada en el trajín de ser adultos.
Entregate, exponete, arriesgate. En la amistad, en el amor y en la vida. Besá con locura, abrazá con locura, expresá con locura lo mucho que querés a quienes se hicieron un lugar en tu corazón. Abrí sin recelos las puertas de tu alma a las personas, los sueños y los proyectos, aunque después algunos decidan partir y dejen el suelo lleno de cosas rotas. Los cuerdos sólo hacen cuerdamente y los que se dejan ganar por el miedo o la vergüenza se pierden algunas de las satisfacciones más grandes que puede traer la vida. Dalo todo aunque corras el riesgo de perderlo. Y si lo perdés, que lo único que no hayas soltado hayan sido la alegría, la esperanza y las ganas de soñarlo todo de nuevo.
Digamos que sí cuando todos dicen que no... Y seamos la excepción.



miércoles, 27 de enero de 2016

V de volver

Hoy abrí mis cajas de los recuerdos para reencontrarme con las partes de mí de las que más lejos me hallo.
Revolví veintipico de años de historia concentrados en dos cajas de zapatos, un sobre de papel madera y dos folios transparentes llenos de eso que siempre estuvo presente en mi vida, incluso desde antes de saber escribir: papeles llenos de letras que, esta vez, no eran propias sino ajenas.
Fue un viaje en el tiempo a una infancia que no recordaba. Mi memoria está llena de baches y una adolescencia gris tiñó de tonos opacos esos primeros años que, en realidad, ahora recuerdo mejor, no fueron tan así.
Estaban todas mis yo: fui Sofi, Sol, Sofichus, Sofa. Soji... También estaban todos ellos. Mi hermana más chica desde el momento en que fue capaz de sostener un lápiz, la adolescencia de mi hermana del medio. Mi papá alentándome a escribir, mi papá felicitándome por algún pequeño logro, mi papá pidiéndome perdón porque siendo que nos amamos tanto, todavía hay momentos que hacen escocer los ojos al recordar. Mi mamá enseñándome sus grietas, festejando los triunfos conmigo, mi mamá en las cartas de otras personas, mi mamá en los diplomas y en las libretas y en los recuerdos disparados por otros papeles y otras cosas.
Mi abuelo deseándome una feliz Navidad en una tarjeta que cuando la leí no sospeché que era de él. Mi abuela llenándome de mimos con sus letras cursivas tan cuadraditas, tan suyas; decoraba sus cartas con dibujos en birome que pintaba con lápices de colores y a veces firmaba "Tu Tata" y era hermosa. Mi madrina y esa tía que no recordaba que me había escrito alguna vez con sus trazos como de señorita de escuela dibujados en papeles de carta todavía perfumados.
Estaban los Reyes Magos y Papá Noel que escribían con la letra de mi abuela y de mi mamá. Mi hermana pidiendo perdón por los regalos que no había comprado y mi caligrafía infantil pidiéndole al Ratón Pérez que no se llevara los dientes, pero que me dejara uno o dos pesos por favor. Una carta al Niño Jesús pidiéndole que cuidara a mi familia y que aceptara mi promesa de portarme mejor. 
¿Cuántas mejores amigas caben en una infancia? Encontré una carta en la que la primera de ellas me pedía que volviésemos a ser amigas. Y pensar que en mis recuerdos sólo había el dolor de una amistad inconclusa. Encontré montones de cartas de esa amiga que alegró mis años más agridulces de la primaria. En una pedía que le rogara a mamá que dejara a mi hermana ir al baile de la escuela, en otra decía que se había inventado un chico que le gustaba y me lo describía para que yo no metiera la pata si me preguntaban por él. En todas se reía y me llamaba con ese nombre ridículo que había inventado para mí y encerraba en corazones mis iniciales y las suyas y las de los chicos que nos gustaban.
Mi mejor amiga de para siempre me escribió algunos meses después de conocernos: "Hay personas a las que reconocemos de inmediato como amigos; uno se siente a salvo en su compañía porque sabe que jamás jamás estará en peligro con ellos". Le saqué una foto a su tarjetita y, doce años después del día en que llegó a mis manos, se la mandé por Whastapp porque seguro tengo que esperar algunos días más para poder abrazarla como quiero.
Hallé cartas llenas de temas de niñas que hablan de chicos, de actores de telenovelas, de músicos, de historias de amor inventadas en los recreos, de chismes de personas que no recuerdo quiénes fueron. Hallé cartas de amor de chicos, poemas que ahora me suenan que eran robados, dibujos torcidos hechos con manitos de varón.  
Me tenté con el borrador de la carta de quince que le escribimos a una amiga que perdí tras el colegio pero que las redes volvió a acercarme. Una chica del secundario de la que no guardaba ningún recuerdo en especial dejó montones de cartitas y notas entre mis papeles. En una me dice que siempre va a estar. No fue verdad pero a la vez sí: su recuerdo volvió de golpe diez años después y me sacó una sonrisa. Otra de la que no puedo recordar el apellido dio en el clavo al describir en una línea lo que yo tarde demasiados años en descubrir que soy: algo que fluye dentro de una coraza a veces demasiado opaca, a veces demasiado rígida.
Quizás mirando bien tampoco fue una adolescencia tan gris después de todo. 
Me deshice de lo que no movía nada dentro y de esas poquitas cosas que hacían mal y volví a guardar el resto en su lugar. 
A veces hay que alejarse un poco para poder volver. 


martes, 19 de enero de 2016

U de umbral


Sofi: Sabés que lo tenés.
Ian: ¿Tengo qué? 
Sofi: Pero tenés miedo. 
Ian: ¿Qué es lo que tengo? 
Sofi: Vivís en este cuarto, ¿cierto? 
Ian: Mm-hmm.  
Sofi: La realidad. Tenés una cama, tenés libros, um, un escritorio, una silla , lámparas. Lógica. Pero en este cuarto, tenés una puerta... al otro lado. ¿Ves? Entra luz a través de ella. Está abierta apenas un poco, pero está abierta. Vos seguís intentando cerrar esa puerta porque tenés miedo. Pero no siempre vas a tener miedo. 
Ian: ¿Qué hay detrás de es puerta? Además de mi ropa sucia. 
Sofi: Tenés que ir a descubrirlo. Vos sabés de qué estoy hablando. 
Ian: No tengo idea. 
Sofi: Ya la tendrás.
- I Origins (2014)

El diccionario de la RAE dice que un umbral es el "paso primero y principal o entrada de cualquier cosa". Que vendría a ser el paso de luz que nos llama y hacia el cual nos dirigimos cuando todo alrededor permanece oscuro. El intersticio por el cual nos colamos hacia lo nuevo. El salto que damos hacia lo desconocido empujados por unas ansias, una adrenalina, un impulso imposible de contener. 

Aunque a veces no es nada de eso. 

A veces es apenas una puerta chiquita a la que nos dirigimos con pasos temblorosos y devorados por la incertidumbre de no saber qué habrá del otro lado y de si lo haya será bueno o en cambio intentará destruirnos, pero a la que de todos modos nos dirigimos porque quedarse de este lado está dejando de ser una opción. Aunque cruzar también nos aterre. 

No importa qué nos mueva. Lo importante, como casi siempre, es moverse y avanzar.
Y, más allá del miedo, estirar la mano y empujar la puerta cuando lleguemos a ella.

Que todo camino empieza con un solo paso
y ese paso es cruzar el umbral.



viernes, 1 de enero de 2016

T de tiza

Hace unos días volví a ver una película de mi infancia, La Princesita. La película trata sobre Sara, una niña criada en India que es internada en un colegio norteamericano mientras su padre va a combatir a la guerra. Sara sobrevive a las estrictas reglas del colegio a base de las historias que inventa y cuenta a las otras niñas que viven con ella. Pero cuando parece que su padre muere y ha quedado sola en el mundo a merced de la directora del colegio, su imaginación se apaga y la primera noche de esa nueva vida dibuja un círculo de tiza en el suelo de la desvencijada habitación a la que la han mudado y se acuesta dentro para dormir. En su historia, esa que venía contando desde el principio de la película, un dios hindú había dibujado un círculo en el suelo para su princesa y le había dicho: "Éste es un círculo mágico. Mientas permanezcas dentro de él, ningún daño podrá acercarse a tí".
Ya empezó un nuevo año. Las ganas de empezar a vivirlo me cosquillean por todo el cuerpo y el alma y lo que quiero hacer es todo lo contrario a encerrarme en un círculo de tiza para estar segura.
Lo que quiero es hacer estallar el círculo en mil pedazos. Tomar la tiza y dibujar nuevos y enreverados caminos que me lleven a donde quieran, llenar todo de flechas y de dibujos y de signos de preguntas abiertos que dejen que se cuele lo fantástico.
Antes de que acabara el 2015 le di vueltas a la lista de cosas que quiero hacer en mi vida, algo así como una bucket list, inspirada en un post de Sergio Sala. Me quedó enorme, larguísima, llena de items que van desde "aprender a tocar el piano" o "tomar clases de equitación" hasta "ver un juego de la NBA en vivo", desde "publicar un libro de cuentos" hasta "hacer un road trip por la Argentina" o "recorrer Europa en tren". Si lo pienso en frío casi todo lo que figura ahí me parece inalcanzable. Pero no hay que pensarlo en frío porque, después de todo, se trata de deseos que sean como faros para caminar. Los escribí en letras enormes en el pizarrón que hay adentro mío con tizas de colores y con las mismas tizas quiero escribirles la fecha en que los haga realidad, tacharlos, llenarlos de corazones y de monigotes con sonrisas.
Porque en tizas de colores ya escribí mi mantra: La vida es todo lo que pasa fuera del círculo mágico de seguridad. Y me está llamando.