miércoles, 30 de diciembre de 2015

R de ritual

En el cielo casi sin estrellas de esta gran ciudad no se ve la luna. Afuera el tránsito va dejando lugar al murmullo constante y apacible de ruedas que giran sin apuro a lo lejos y las campanas de la iglesia marcan las diez  para quien quiera escuchar.
Fin de año es una época de rituales. Rituales para limpiar el cuerpo, la cabeza, la casa, las relaciones. Rituales para dar cierre a las cosas que terminan y rituales para cargar las energías para las que vendrán.
Mi ritual hoy fue una clase de elongación.
Hay algo que le sucede al cuerpo cuando elongamos: le exigimos a nuestro músculo hasta el punto de resistencia, aquél donde aparece el dolor, y después le exigimos un poco más. Bastante más, hasta que el dolor nos da un nudo en el estómago y cosquillas en las extremidades y temblores y ganas de llorar.
Y sin embargo, quién más, quién menos, todos resistimos.
“Me estoy muriendo” le digo a la profesora con la fuerza que me queda para hablar.
“Vas a sobrevivir. Nadie se muere” me responde.
Como casi siempre, no estoy segura si habla del ejercicio o de la vida.
Elongar demuestra que, aun cuando creemos que llegamos a nuestro límite, si nos animamos a soportarlo siempre se puede un poquito más.
“Inspiro, llevo aire a la zona que duele, suelto. No se olviden de respirar”.
Sus palabras suenan como un mantra en el salón a oscuras a causa de un repentino y afortunado corte de luz. Cada célula de nuestros cuerpos transpira el agua que no sabíamos que teníamos acumulada; y nos dejamos hacer ante las manos del compañero que nos exige a ir un poquito más lejos.
 “Respiren. Y piensen en otra cosa”.
Pero el dolor no te deja pensar.
Y es gracioso cómo funciona el cuerpo. Volver al lugar de reposo duele más que exigirle al músculo que ceda ante la presión que lo lleva más allá de su límite. Pero cuando al fin relajamos las fibras agotadas, sucede el milagro y el dolor se transforma en algo así como una calma y una paz.
Somos estrellas de cinco puntas recortadas sobre el piso blanco y frío. Una voz que llega desde lejos nos pide que cerremos los ojos y que sintamos como la gravead nos aplasta contra el suelo que nos recibe y nos sostiene. Respiramos pausadamente sintiendo cómo cada célula recupera el oxígeno que le hemos negado y un cosquilleo nos adormece las manos, los pies. Tenemos conciencia de cada músculo que se apoya los mosaicos, de cada tendón que se relaja, de cada articulación que cede en el punto de máxima comodidad. Cada cosa está en su lugar sin que la estemos pensando.
Los omóplatos en el suelo se mueven al ritmo de nuestras respiraciones pausadas. Y nos piden que pensemos. Que pensemos en buenos momentos del año que se va que nos sirvan de sustento para el año que llega.
“Elongamos las piernas para relajarlas y liberarlas de los pesos para poder seguir caminando” dice la voz y con los ojos cerrados empiezo a dejar que lleguen los recuerdos que serán mi paz.
Las lunas llenas.
Un colibrí que ha hecho nido en un patio.
Un libro a la luz de un velador.
Dos mujeres corriendo en un parque oscuro para ver el árbol de Navidad que se enciende.
Las cosquillas en el cuerpo antes de un beso.
Un pasaje, una mochila, una ruta.
Las cumbres nevadas recortadas sobre un cielo gris.
Un ángel que baila en puntas de pie bajo los cenitales de un teatro lleno.
La liviandad del alma que se levanta contenta para ir a trabajar.
Una sonrisa que es como un hogar.
Ese otro dolor de la aguja que fue tiñendo de tinta una piel demasiado ansiosa de recibirla.
Pieles que se encuentran.
Un escenario lleno de risas compartidas.
Una plaza llena de perros que juegan.
El equilibrio en una tela a cinco metros sobre el suelo antes de arrojarme hacia adelante y caer.
Los balanceos sobre un trapecio al que pensé que no me animaría.
Un archivo que se va llenando de palabras hasta que de pronto tiene la forma y la consistencia y el color de una tesis.
Un blog.
Un mensaje que llega diciendo que no importa lo que pase, siempre seré  la amiga adorada.
El abrazo justo en el momento justo.
El regalo bajo el árbol que dispara lágrimas de felicidad ante la inmensidad de mi fortuna.
Y esas mismas lágrimas que caen y cada exhalación suelta aquello que hizo mal porque ya no importa. Hoy no importa.
El cuerpo que busca la posición fetal para reencontrarse con el útero materno.
Nacer de nuevo.
Y fundirme en la noche casi sin estrellas de la gran ciudad en el más absoluto silencio.
En el dolor y en la calma hoy tuve mi ritual. 2016 te estoy esperando. Ya tengo las piernas y el alma listas para caminar. 


domingo, 27 de diciembre de 2015

Q de querer


Saber lo que queremos está muy sobreestimado. Terminás el colegio y con 18 años tenés que saber qué querés ser "cuando seas grande". Tenés 24 años, estás terminando la Universidad como podés y tenés que saber de qué querés trabajar de entre todas esas posibilidades que te brinda tu carrera. Tenés 27 o 28 y como mujer tenés que saber si querés o no formar una familia, porque en un abrir y cerrar de ojos ya estarás en la "edad ideal" para hacerlo. Y así cada año que cumplís la misma historia, siempre la pregunta, cada año que pasa el apremio de un nuevo mandato aunque nadie te lo diga. Siempre tenés que saber qué querés porque sino, ¿cómo saber hacia dónde estás yendo y si estás haciendo lo necesario para llegar ahí?

Hoy vengo a decir que la verdad no sé. No sé qué es lo que quiero, mucho menos sé si eso que quiero es lo que esperan de mí.

No sé de qué quiero trabajar, no sé si la carrera que elegí va a ser la que me alimente todos los días, no sé si quiero casarme o a tener hijos. Sinceramente no lo sé. 

Sólo sé que quiero viajar mucho. Irme cada tanto con la mochila sobre los hombros y el corazón contento para poder volver a donde están los afectos. Que quiero escribir, que quiero hacer sentir a otros con mis palabras lo que otros me hacen sentir a mí cuando los leo: que alguien siente como yo, que no estoy sola. Quiero bailar, volar, seguir aprendiendo, conocer cosas nuevas. Explorarlo todo, dejarme llevar por la curiosidad, descubrir que a lo mejor hay algo que es para mí y que nunca se me había ocurrido. No planear tanto y en cambio vivir más, sin mapas, para que el destino me lleve a donde me tenga que llevar.

Quiero conocer gente y ser la mejor amiga de mis amigas. Aprender de todos los maestros que tengo alrededor, escuchar, decirle a la gente que la quiero, no necesitar más razones que querer para hacer las cosas. Quiero regalos sin fechas y juntadas sin motivos, ganas de hacer cosas juntos, abrazos porque sí, porque podemos.

Quiero pasar más tienpo al aire libre y menos tiempo entre cuatro paredes y frente a una pantalla. Deshacerme de a poco del celular hasta que lo que más valga vuelva a ser vernos cara a cara y escuchar nuestras voces. Recordarme todos los días que la vida es eso que pasa afuera mientras uno está mandando mensajes por whatsapp.

Quiero no saber y que esté bien. Permitirme la incertidumbre y disfrutarla.

Quiero que llegado el momento, me anime aún no estando lista. Y que esa sea la mejor decisión.


Entre Austria e Italia hay una parte de los Alpes llamada Semmering. Es una zona muy alta, terriblemente empinada. Ahí construyeron una vía férrea para conectar Viena y Venecia mucho antes de que existiera el tren que pudiera hacer ese recorrido. Las construyeron porque sabían que algún día el tren llegaría."
- de la película "Bajo el sol de Toscana"


miércoles, 9 de diciembre de 2015

P de promesa



Querida yo: 

Acá estamos. Con todos los mambos y las locuras que llevamos encima, lo estamos intentando. A veces un poco mejor, a veces no tanto, pero lo estamos intentando y cada tanto sentimos la satisfacción de que estamos haciendo las cosas bien. 

Quisiera poder prometerte que siempre vas a sentirte feliz. Que va a ser fácil y que si no lo es, al menos siempre voy a poner lo mejor de mí para calmar las tempestades. Que siempre voy a tirar para adelante, que si no lo consigo antes, al menos voy a detenerme justo un instante antes de empezar a caer.

Pero sé muy bien que es mentira y que, además, vos no me vas a creer. 

Te prometo, en cambio, aquello que voy a cumplir, aún cuando me cueste el mayor de mis esfuerzos (ese que, demasiado seguido, no estoy dispuesta a hacer. Pero te estoy prometiendo, y esta vez sí va a suceder). 


Te prometo que te voy a regalar los ratos que necesitás para que nos encontremos y charlemos de las cosas que nos pasan, que cuando necesites que te sacudan lo voy a a hacer y que cuando vos vengas a calmarme, voy a morderme la boca para no protestar. Que vamos a empujar las dos para el mismo lado cuando haga falta hablar, que cuando sientas que se te fueron los ánimos de todo, yo te voy a dar un poquito más y quizás así lleguemos. Que voy a pedir ayuda cuando la necesite, sólo si vos me prometés que vas a reírte más fuerte y a jugar sin vergüenza y a dejarte ser. Te prometo que con cada día que pase vamos a soltar un poquito más y que cuando estés aferrándote a cosas que te hagan mal voy a hacerte cosquillas en las palmas de las manos para que dejes ir. Te prometo que no me voy a reír cuando quieras actuar o cantar ante otros y que me voy a amigar con esa manía que tenés de llorar por todo, no importa el lugar o la situación. Después de todo, somos como somos.

Te prometo que me voy a sentar a estudiar, si vos me prometés que vas a ser libre. Y que voy a deshacerme de los miedos, si vos me prometés que vas a estar dispuesta a dejarte llevar. Que voy a cuidar más de las personas que amamos y que voy a hacer todo el esfuerzo para ser un poquito menos egoísta e infantil. 

No puedo prometerte que siempre vamos a estar bien, pero te prometo que vamos a intentarlo. Y que por muy enojada que pueda estar con el mundo a veces, no te voy a culpar. Que voy a ser más agradecida y más cariñosa con vos y con los demás. Que siempre te voy a querer. 

Prometeme, a cambio, que vos vas a dejarte querer. 


martes, 8 de diciembre de 2015

O de orgullo




Está nublado y llovizna y el parque está desierto, justo como me gusta a mí y te exaspera un poco a vos porque eso a lo que no estás acostumbrada te descoloca. Vení, sentémonos en el pasto bajo ese árbol verde primavera en esta tarde gris y repasemos los motivos por los que estamos orgullosas. No repitamos esas frases de slogan publicitario ni de mantra de pertenencia, no. ¿Orgullosa de ser mujer, orgullosa de ser gay, orgullosa de amar a la persona que amamos, orgullosa de que alguien nos distinga por algo, orgullosa por qué? ¿Por ser como somos, por las veces en que damos lo mejor que tenemos, por los momentos en que hacemos las cosas bien?

Orgullo por todo eso no, el orgullo es de otro orden, tiene que ver con otras cosas.

Por eso vení, brindemos con limonada por las cosas que nos hinchan el pecho de orgullo. Por las barreras vencidas y los miedos conquistados, porque aún con nuestros altibajos estamos lejos de esas personitas grises que solíamos ser. Por plantarnos ante esa persona que nos dijo que no podíamos por ser mujer o ante ese otro que nos dijo que no podíamos amar a quien sentíamos. Por animarnos a querer sin escondernos porque amor es amor, por animarnos a entregarnos aunque a veces salimos con el corazón roto y el alma cansada. Brindemos por todas las veces en que nos atrevimos, por todas las veces en que confiamos, porque nos subimos a esa tela que nos aterraba, porque aceptamos ese trabajo que no creíamos poder hacer, porque bailamos y disfrutamos aunque nos rompimos las rodillas en el intento, porque al que dijo que era imposible le negamos el poder de aferrarnos.

Brindemos porque aunque lloramos mucho, perseveramos aún más. Porque vos te armaste de hasta lo que no tenías para sobreponerte a las malas jugadas que te dio la vida y porque aunque me llevó tiempo, yo empecé a darme cuenta de a poco de las cosas que tenía y que tengo para ser, para dar.

Porque aún a tropezones, pudimos.

Brindemos porque el camino fue largo y aunque mil veces quisimos abandonar, estamos llegando a la meta. A la primera de ellas, al menos. Porque yo te dije que podías y vos me dijiste que podía y nos repetimos frases en las que creíamos pero que no sabíamos como aplicar a nuestras propias vidas, para ayudarnos a llegar a ser esto que ahora somos.

Brindemos por el orgullo de haber dejado los orgullos de lado para encontrarnos y cuidar nuestra amistad.

(Te paso la limonada y te pido a cambio una sonrisa. Brindemos por el orgullo de, en un mundo a veces tan oscuro, ser aún capaces de hacernos reír.)


jueves, 3 de diciembre de 2015

S de soltar



¿Te acordás de esa lista que hiciste en enero del año pasado? Quizás la hiciste un poco antes y el Año Nuevo te encontró con tu lista de deseos y proyectos ya reposando debajo de la almohada o dentro de tu libro preferido... Esa que como te enseñó algún maestro, no está escrita en infinitivo ni en condicional sino en un presente rotundo, para que tenga más fuerza y el Universo o Dios o los santos respondan. La que decía que ibas a remodelar tu living, que ibas a empezar salsa, que te ibas a rapar o a animarte a teñirte el pelo de colores. La que decía que te ibas a recibir, que ibas a conocer las Cataratas, a comprarte una moto, a ahorrar para tus próximas vacaciones, a cambiar la compu. Quizás con el paso de los meses fuiste haciendo otras listas, comprar tal libro, hacer arreglar tal mochila, comprarte un reloj o una tostadora, salir a cenar con tal, llamar a tal otro, tomar una clase de jardinería, aprender a cocinar tal cosa. Quizás ni siquiera escribiste nada pero llevás la lista en la cabeza. 

¿Te ubicás ahora?

Y entonces se acerca fin de año y empezás a hacer balances y pasás todas las cosas pendientes (que son más de las que vas a admitir) a una lista nueva, prolija y bella, porque este año sí va a suceder.

Pero... ¿va a suceder? Seguís diciendo que vas a empezar el gimnasio, que vas a llamar a esa tía que hace tanto que no llamás, que vas a comenzar a usar la bicicleta para ir a trabajar, que vas a adelgazar diez kilos (y te vas a mantener en tu peso una vez que llegues a él), que vas a comprar eso que tanto te gusta para decorar tu pieza... Pero hace años que venís diciéndote lo mismo y seguís posponiéndolo de una lista a la próxima... 

Agarrá la lista del año que ya acaba. Si son muchas, juntalas, si está sólo en tu cabeza, ponela en papel. Y leela, pero de verdad leela, y detenete el tiempo que haga falta en cada uno de los items. ¿De verdad querés cada una de las cosas que están ahí? ¿De verdad te importan, de verdad querés cumplirlos? ¿Siguen significando lo que significaban la primera vez que los apuntaste?, o mejor: ¿alguna vez significaron algo?

Todo lo que queremos y no cumplimos ocupa espacio en la cabeza y gasta energía, nos desgasta y nos desenfoca. Como un programa en la computadora que está minimizado y se sigue ejecutando aunque no lo estemos usando. Si amontonás muchos programas de pronto el Word tan sencillo que estabas usando se cierra y se te tilda todo, porque el procesador no da más de tantas cosas que está haciendo al mismo tiempo aunque vos, que sólo estabas escribiendo, ni te diste cuenta. Cuando nos acordamos de eso que no hicimos (porque siempre nos acordamos, si está ahí agazapado, flotando en el inconsciente) nos lamentamos, y cada vez que lo pateamos para adelante o que no sucede nos agarra como una frustración a la que de a poco nos vamos acostumbrado hasta que es sólo un malestar: y bue, el próximo año será.

Y no, no va a ser. Ya lo había dicho Newton: un cuerpo en reposo tiende a permanecer en reposo si no sufre la acción de una fuerza. Y la fuerza somos nosotros: nuestra voluntad, y nuestras ganas. Sobre todo nuestras ganas.

Y si ya no tenés ganas, ¿para qué? Tenés la lista en la mano. Todavía te quedan 28 días, ¿cierto? Sacá el turno a la peluquería, llamá a quien tenías que llamar, empezá a leer esa novela que tenés hace seis meses arriba de la mesa de luz, limpiá ese cuartito al que no entra nadie, andá a comer a ese restaurant que tenés tantas ganas de conocer, comprate las zapatillas que querías. Abrite un plazo fijo y meté los $400 que tenés en la mano para empezar a ahorrar, que por algún lado hay que arrancar.

Y sincerate. Tachá todo lo que ya sabés que no vas a hacer (ni este mes, ni el año que viene, ni  ningún año) porque realmente, si tenés que ponerte a hacerlo, se te van las ganas. No vale el esfuerzo o siempre hay algo más urgente o más interesante para hacer. Quizás al final no era tan importante, o quizás no es el momento, y de acá a cinco o seis años te encontrás con que el deseo resurgió y esta vez es en serio. Y lo que tachaste de verdad dejalo ir, sin culpas, sin sentir que estás fallando, sin quedarte pensando que en realidad vos medio como que en el fondo sí querías, y que lástima que te colgaste che. SOLTALO. Que deje de ocupar energías que podrías estar enfocando en otras cosas que sí importan.

Que cuando te sientes a hacer la lista para el 2016, esté llena de cosas nuevas. De cosas que nunca habías pensado, de cosas que de sólo ponerlas en el papel te emocionan.

Y que cuando el año ya haya pasado lo que te sobren sean recuerdos, y no pendientes. Que de momentos y de recuerdos está hecha la vida. 

"No hagas el cambio tan complicado.
Sólo comienza..."