miércoles, 27 de enero de 2016

V de volver

Hoy abrí mis cajas de los recuerdos para reencontrarme con las partes de mí de las que más lejos me hallo.
Revolví veintipico de años de historia concentrados en dos cajas de zapatos, un sobre de papel madera y dos folios transparentes llenos de eso que siempre estuvo presente en mi vida, incluso desde antes de saber escribir: papeles llenos de letras que, esta vez, no eran propias sino ajenas.
Fue un viaje en el tiempo a una infancia que no recordaba. Mi memoria está llena de baches y una adolescencia gris tiñó de tonos opacos esos primeros años que, en realidad, ahora recuerdo mejor, no fueron tan así.
Estaban todas mis yo: fui Sofi, Sol, Sofichus, Sofa. Soji... También estaban todos ellos. Mi hermana más chica desde el momento en que fue capaz de sostener un lápiz, la adolescencia de mi hermana del medio. Mi papá alentándome a escribir, mi papá felicitándome por algún pequeño logro, mi papá pidiéndome perdón porque siendo que nos amamos tanto, todavía hay momentos que hacen escocer los ojos al recordar. Mi mamá enseñándome sus grietas, festejando los triunfos conmigo, mi mamá en las cartas de otras personas, mi mamá en los diplomas y en las libretas y en los recuerdos disparados por otros papeles y otras cosas.
Mi abuelo deseándome una feliz Navidad en una tarjeta que cuando la leí no sospeché que era de él. Mi abuela llenándome de mimos con sus letras cursivas tan cuadraditas, tan suyas; decoraba sus cartas con dibujos en birome que pintaba con lápices de colores y a veces firmaba "Tu Tata" y era hermosa. Mi madrina y esa tía que no recordaba que me había escrito alguna vez con sus trazos como de señorita de escuela dibujados en papeles de carta todavía perfumados.
Estaban los Reyes Magos y Papá Noel que escribían con la letra de mi abuela y de mi mamá. Mi hermana pidiendo perdón por los regalos que no había comprado y mi caligrafía infantil pidiéndole al Ratón Pérez que no se llevara los dientes, pero que me dejara uno o dos pesos por favor. Una carta al Niño Jesús pidiéndole que cuidara a mi familia y que aceptara mi promesa de portarme mejor. 
¿Cuántas mejores amigas caben en una infancia? Encontré una carta en la que la primera de ellas me pedía que volviésemos a ser amigas. Y pensar que en mis recuerdos sólo había el dolor de una amistad inconclusa. Encontré montones de cartas de esa amiga que alegró mis años más agridulces de la primaria. En una pedía que le rogara a mamá que dejara a mi hermana ir al baile de la escuela, en otra decía que se había inventado un chico que le gustaba y me lo describía para que yo no metiera la pata si me preguntaban por él. En todas se reía y me llamaba con ese nombre ridículo que había inventado para mí y encerraba en corazones mis iniciales y las suyas y las de los chicos que nos gustaban.
Mi mejor amiga de para siempre me escribió algunos meses después de conocernos: "Hay personas a las que reconocemos de inmediato como amigos; uno se siente a salvo en su compañía porque sabe que jamás jamás estará en peligro con ellos". Le saqué una foto a su tarjetita y, doce años después del día en que llegó a mis manos, se la mandé por Whastapp porque seguro tengo que esperar algunos días más para poder abrazarla como quiero.
Hallé cartas llenas de temas de niñas que hablan de chicos, de actores de telenovelas, de músicos, de historias de amor inventadas en los recreos, de chismes de personas que no recuerdo quiénes fueron. Hallé cartas de amor de chicos, poemas que ahora me suenan que eran robados, dibujos torcidos hechos con manitos de varón.  
Me tenté con el borrador de la carta de quince que le escribimos a una amiga que perdí tras el colegio pero que las redes volvió a acercarme. Una chica del secundario de la que no guardaba ningún recuerdo en especial dejó montones de cartitas y notas entre mis papeles. En una me dice que siempre va a estar. No fue verdad pero a la vez sí: su recuerdo volvió de golpe diez años después y me sacó una sonrisa. Otra de la que no puedo recordar el apellido dio en el clavo al describir en una línea lo que yo tarde demasiados años en descubrir que soy: algo que fluye dentro de una coraza a veces demasiado opaca, a veces demasiado rígida.
Quizás mirando bien tampoco fue una adolescencia tan gris después de todo. 
Me deshice de lo que no movía nada dentro y de esas poquitas cosas que hacían mal y volví a guardar el resto en su lugar. 
A veces hay que alejarse un poco para poder volver. 


martes, 19 de enero de 2016

U de umbral


Sofi: Sabés que lo tenés.
Ian: ¿Tengo qué? 
Sofi: Pero tenés miedo. 
Ian: ¿Qué es lo que tengo? 
Sofi: Vivís en este cuarto, ¿cierto? 
Ian: Mm-hmm.  
Sofi: La realidad. Tenés una cama, tenés libros, um, un escritorio, una silla , lámparas. Lógica. Pero en este cuarto, tenés una puerta... al otro lado. ¿Ves? Entra luz a través de ella. Está abierta apenas un poco, pero está abierta. Vos seguís intentando cerrar esa puerta porque tenés miedo. Pero no siempre vas a tener miedo. 
Ian: ¿Qué hay detrás de es puerta? Además de mi ropa sucia. 
Sofi: Tenés que ir a descubrirlo. Vos sabés de qué estoy hablando. 
Ian: No tengo idea. 
Sofi: Ya la tendrás.
- I Origins (2014)

El diccionario de la RAE dice que un umbral es el "paso primero y principal o entrada de cualquier cosa". Que vendría a ser el paso de luz que nos llama y hacia el cual nos dirigimos cuando todo alrededor permanece oscuro. El intersticio por el cual nos colamos hacia lo nuevo. El salto que damos hacia lo desconocido empujados por unas ansias, una adrenalina, un impulso imposible de contener. 

Aunque a veces no es nada de eso. 

A veces es apenas una puerta chiquita a la que nos dirigimos con pasos temblorosos y devorados por la incertidumbre de no saber qué habrá del otro lado y de si lo haya será bueno o en cambio intentará destruirnos, pero a la que de todos modos nos dirigimos porque quedarse de este lado está dejando de ser una opción. Aunque cruzar también nos aterre. 

No importa qué nos mueva. Lo importante, como casi siempre, es moverse y avanzar.
Y, más allá del miedo, estirar la mano y empujar la puerta cuando lleguemos a ella.

Que todo camino empieza con un solo paso
y ese paso es cruzar el umbral.



viernes, 1 de enero de 2016

T de tiza

Hace unos días volví a ver una película de mi infancia, La Princesita. La película trata sobre Sara, una niña criada en India que es internada en un colegio norteamericano mientras su padre va a combatir a la guerra. Sara sobrevive a las estrictas reglas del colegio a base de las historias que inventa y cuenta a las otras niñas que viven con ella. Pero cuando parece que su padre muere y ha quedado sola en el mundo a merced de la directora del colegio, su imaginación se apaga y la primera noche de esa nueva vida dibuja un círculo de tiza en el suelo de la desvencijada habitación a la que la han mudado y se acuesta dentro para dormir. En su historia, esa que venía contando desde el principio de la película, un dios hindú había dibujado un círculo en el suelo para su princesa y le había dicho: "Éste es un círculo mágico. Mientas permanezcas dentro de él, ningún daño podrá acercarse a tí".
Ya empezó un nuevo año. Las ganas de empezar a vivirlo me cosquillean por todo el cuerpo y el alma y lo que quiero hacer es todo lo contrario a encerrarme en un círculo de tiza para estar segura.
Lo que quiero es hacer estallar el círculo en mil pedazos. Tomar la tiza y dibujar nuevos y enreverados caminos que me lleven a donde quieran, llenar todo de flechas y de dibujos y de signos de preguntas abiertos que dejen que se cuele lo fantástico.
Antes de que acabara el 2015 le di vueltas a la lista de cosas que quiero hacer en mi vida, algo así como una bucket list, inspirada en un post de Sergio Sala. Me quedó enorme, larguísima, llena de items que van desde "aprender a tocar el piano" o "tomar clases de equitación" hasta "ver un juego de la NBA en vivo", desde "publicar un libro de cuentos" hasta "hacer un road trip por la Argentina" o "recorrer Europa en tren". Si lo pienso en frío casi todo lo que figura ahí me parece inalcanzable. Pero no hay que pensarlo en frío porque, después de todo, se trata de deseos que sean como faros para caminar. Los escribí en letras enormes en el pizarrón que hay adentro mío con tizas de colores y con las mismas tizas quiero escribirles la fecha en que los haga realidad, tacharlos, llenarlos de corazones y de monigotes con sonrisas.
Porque en tizas de colores ya escribí mi mantra: La vida es todo lo que pasa fuera del círculo mágico de seguridad. Y me está llamando.