miércoles, 6 de abril de 2016

"Hay que confiar, mamá"


La otra vez estaba navegando por Facebook y me encontré con esta publicación


Yo no sé si esa frase es real o no. Y de todas maneras, tampoco importa, porque lo que importa acá es otra cosa.

No sé si me va a morder...
No sé si va a doler, si me voy a golpear, si voy a poder soportarlo, si voy a llorar, si me van a dar la altura y la capacidad. Si voy a estar cómoda, si voy a entrar, si me va a entallar bien o si me va a sobrar por todos lados. Si será amargo, si me hará tropezar, si me caeré. Si no iré a decir "para qué me metí en ésta" y no querré dejar todo como está, cerrar la puerta y marchar para otro lado.

La verdad es que no sé, que ninguno de nosotros sabe. 

Y podemos hacer previsiones, especular, pintar escenarios y elegir los peores "para no decepcionarnos después". Y podemos imaginar todo lo que puede ir mal o todo lo que puede pasar que no estábamos esperando y para lo que no estábamos listos, y entonces decir "y mmm bueno, mejor no". Y sentarnos. Y dejar que pase. 
Pero "hay que confiar, mamá". Porque ¿y si sale bien? ¿Y si era para nosotros, y si estamos a la altura y tenemos la capacidad? ¿Y si se siente justo y mágico, y si las lágrimas que traiga son olvidadas enseguida merced de todas las risas? ¿Y si estamos cómodos y nos hace bien, y si llegamos contentos y no tenemos ganas de irnos? ¿Y si es dulce y fluye y sentimos que encontramos nuestro lugar, aunque sea por el instante que dure? ¿Y si es mejor, mucho mejor, que todo lo que podríamos haber imaginado?

¿Y si fallamos, sí, pero lo que nos llevamos y aprendemos compensa todos los tropezones y caídas?

La verdad es que no sé, que ninguno de nosotros sabe. 

Pero el truco está en arriesgarse precisamente por eso, porque uno nunca sabe. 
Y nos puede sorprender.



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