martes, 24 de noviembre de 2015

Ñ de niñez


No recuerdo haberme sentido niña mientras lo era... Entonces pienso, ¿qué es la niñez sino el recuerdo de lo que alguna vez fuimos? Recuerdo que se niega a la tristeza y se construye con todos los fragmentos de tiempos felices, esos donde la sonrisa era el estado natural y el juego, la regla, aún cuando mirando hacia atrás podamos rescatar del olvido también los tiempos difíciles, las lágrimas, las desilusiones, las soledades...

Entonces recuerdo. Recuerdo jugar a las muñecas con mis hermanas, recorrer en auto la ciudad cantando hasta el cansancio esas canciones que nos gustaban tanto, la casa de mi abuela gigante, helada, acogedora, las tardes cocinando y las noches pasadas con ella mirando Silvestre y Piolín. Los libros para pintar, las figuritas que  comprábamos a la salida de la escuela, intercambiar papeles de carta en los recreos, el heladero del barrio que nos daba los pedazos más grande de chocolate cuando íbamos a comprar granizado un domingo a la siesta. Las tardes en el parque con la bici, las raquetas de tenis, la pelota de voley, la perra y las galletitas dulces, almorzar en el patio del Shopping del Siglo con mis amigas de danza, reírnos hasta las lágrimas por cualquier pavada. Los cumpleaños en las casitas de fiestas con peloteros y laberintos, las Navidades en una mesa larga con tíos y primos que habitualmente no veíamos pero que queríamos mucho y mirar los fuegos artificiales desde la terraza enorme de su casa. Los paseos en botecito en el Parque Independencia, las dormidas, mirar el Fantasma Escritor y jugar a que éramos los chicos de S Club 7, tirarle miguitas a los pájaros en un patio que parecía una selva y acostarnos a dormir escuchando música en un pasacasettes. Inventarle cuentos a mi hermana más peque hasta que se quedaba dormida.

¿Dónde termina la niñez? 

Si dicen que todos llevamos un niño dentro que no hay que dejar morir. 

Si todavía me gusta reírme a carcajadas y quedarme mirando el final de Matilda aunque la vi mil veces. Si todavía armo planes de pijama party con mi mejor amiga para ver películas que nos sabemos de memoria, comer cosas dulces hasta empacharnos y seguir hablando hasta la madrugada tiradas en la cama con las luces apagadas. Si el parque pide que compre pororó y el Laguito del Parque Independencia me sigue guiñando el ojo para que me suba a sus botecitos.

Cómo creer que la niñez pasó si cada tanto me entran una ganas tremendas de aprender algo nuevo, como pintar o tocar el piano o tirar con arco y flecha, andar en rollers, bailar, cantar o hablar otro idioma. Si todavía amo contar historias y si sigo cantando a los gritos las mismas canciones de siempre, esas que me llevan a un auto superpoblado que recorre despacito el camino de las Altas Cumbres una tarde de verano. Si las Fiestas siguen generando en mí la misma alegría infantil que generaron siempre, aunque la gente haya cambiado y algunas costumbres, también.

Detrás de esa niñez ya vivida, esta otra niñez que le trae vientos de vida a la adultez a la que la sociedad y una misma le reclama tantas cosas, tantas veces. Porque hay adrenalinas que mejor nunca perderlas, porque cada tanto hay que volver a vivir una "primera vez" para recordar que vivimos y que podemos.

Sobre todo eso. Sobre todo que podemos.




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