domingo, 18 de enero de 2015

Sobre cómo gané un jornal completo sin hacer nada

(O sobre los beneficios de ser siempre responsable, la ciclotimia climáticas y otras cosas por el estilo)

Desde hace cuatro meses soy un número más en las estadísticas nacionales de desempleados. Estaría en la desesperación total (bueno, tan así no, pero más o menos) si no fuese porque mi cuñado (de aquí en adelante "Cuña", el novio de mi hermana del medio, de aquí en adelante "Sis") me consiguió un trabajo a tiempo parcial (súper parcial), los domingos en un club de Fisherton.


Fisherton es un barrio residencial que se encuentra casi saliendo de Rosario por las rutas que van hacia Córdoba. Nació a fines del siglo XIX alrededor de las vías del ferrocarril que unían las estaciones de Tortugas y de Rosario Central, como un barrio suburbano especialmente levantado para el personal jerárquico británico de la empresa Ferrocarril Central Argentino: un pequeño pueblo inglés en medio de la pampa. El ferrocarril sería la marca de identidad del nuevo barrio y de hecho su nombre hace referencia a esa cultura: la mismísima palabra Fisherton evoca al Ingeniero Henry Fisher, durante muchos años principal representante de los intereses del Ferrocarril Central Argentino en Rosario. Hacia mitad del siglo XX, el “pueblo de Fisher” estaba unido al resto de la ciudad por un servicio de trenes y otro de tranvías, y además de las acomodadas familias anglo-americanas el barrio se había empezado a poblar con los trabajadores del ferrocarril y con familias comerciantes de clase media de origen italiano, cada grupo geográficamente separado del otro por los boulevares, el trazado de las vías y los clubes sociales y deportivos de pertenencia. Algunas de las instituciones más viejas y elitistas de Rosario se encuentran ahí: el country del Jockey Club, el Club Atlético Fisherton, el Golf Club Rosario.
Aunque no todas sus cuadras son así, el imaginario colectivo asocia a este barrio con las veredas anchas sembradas de pasto y árboles, los caserones con cochera, pileta, tres perros y mucho verde, las calles tranquilas. el silencio a la hora de la siesta y el canto de los pájaros cuando cae el sol. El club en el que Cuña me consiguió trabajo queda en la zona seminal del barrio, sobre una de las primeras tres calles que fueron trazadas en él y que se parece mucho a esa imagen preconstruida que todos los rosarinos tenemos del barrio. No es un club grande pero es pintoresco y aunque apenas si tengo algo que ver con él ya me resulta un lugar muy querible.

La entrada al club. Nótense dos cosas: uno, el cielo diviiiiino que había hoy,
y dos, mi habilidad para sacar un primer plano de la columna.
Este verano está siendo totalmente desconcertante, con dos o tres días de mucho calor, uno o dos días calurosos pero nublados y después un par de días frescos y tormentosos, y así sucesivamente en sucesión, y la casualidad quiso que todos los domingos en que me tocó trabajar fuesen más para estar adentro viendo películas que para ir a la pileta, por lo que hasta ahora mis días laborales han sido más bien tranquilos. Pero hoy batió todos los récords. 
Como todos los domingos me levanté a las 9, desayuné y empecé a acomodarme despacito para irme al club. Una temperatura de 35° a la sombra y un sol que rajaba la tierra, a las 11:30 pasó el colectivo que me lleva hasta allá. Estaba todavía a media hora de camino cuando empezó a ponerse oscuro, como realmente oscuro. Los toldos y banderines de los negocios de la calle, las ramas de los árboles, la basura en las veredas, todo se movía agitado por el viento repentino. El colectivero apagó el aire acondicionado del coche y los pasajeros abrimos las ventanillas; corría un aire divino.
Llegué al club cinco minutos antes de que empezara la lluvia, gotones gordos y furiosos, los truenos estremeciendo el ambiente. "¿Para que viniste?" me preguntó el presidente del club cuando me vio llegar y se reía con sus ojos grandes todos achinados y llenos de arrugas. Yo también me reí (soy muy educada); llamó al guardavidas para decirle que se tomara el día libre y acordamos que si el tiempo no mejoraba para las dos de la tarde yo también me podía volver a mi casa. Eran la una menos algo del mediodía. Con la lluvia de fondo y el vientito fresco que me entraba por la ventana me senté a comer el almuerzo que me había llevado desde mi casa. A mitad de mi comida (arroz integral y bocaditos de espinaca rebozados) me paré a sintonizar la radio para escuchar algo que me mantuviera acompañada hasta el momento de irme o hasta que empezara a haber actividad en el club. Terminé dejando una radio que estaba pasando "Quiero ser agua fresca" de José Luis Perales; cuando éramos chicas Madre y Padre solían poner el cassete de "Grandes Exitos" en el estéreo del auto y nosotras éramos tres pitufas que nos sabíamos todas las canciones del cantante español. Después de esa canción empezó otra de él, una sobre un marinero en navidad (he aquí el video imperdible de Josecito cantando eso). Después de una tanda publicitaria, una canción en portugués y el almuerzo terminado, sonaron otros dos temas de Perales y empecé a sospechar que el musicalizador estaba nostálgico y antojado de escuchar coplas españolas.
Ya había dejado de llover y yo había empezado a escribir esta entrada cuando el presidente vino a decirme que ya eran las dos, que pensaba cerrar el club en un rato, que me cobrara el día completo y que me fuera. Así que eso hice; aún garuaba finito y soplaba viento y yo, vestida en musculosa y short porque cuando salí de mi casa hacía 35° a la sombra y había un sol que rajaba la tierra, estaba muerta de frío.

Para resarcirme como fotógrafa, una instantánea del barrio
mientras iba bajo la llovizna y muerta de frío a tomarme el colectivo para volver a mi casa. 
Media hora después estaba en el colectivo volviendo a mi casa muerta de calor. Despejó, secó y no corre viento, y el centro es un desierto soleado y árido donde los pocos peatones que andan tienen cara de que quieren tirarse a la sombra de un fresno y esperar a que el mundo sea un lugar habitable de nuevo.

Si no fuese de una falta total de tacto, le escribiría al presidente para reírme porque el tiempo nos tomó el pelo.

(Tengo 968 temas de música en mi celular y el reproductor puesto en aleatorio me tira "Ella y él" de Perales. Ni que lo hubiese hecho a propósito)

He aquí el cielo media hora después de dejar el club.
Quince minutos después no quedaba ni una nube en el cielo.

1 comentario:

Luri dijo...

Hola! Vengo a decir que me encanto como empezó el relato de hoy! Muy de urbanista tu descripción! Gracias por ponernos al tanto de ese fragmento de la historia de Rosario! ^_^