sábado, 4 de febrero de 2017

Vacíos





03.febrero.17

El de 10 enero llegué a Rosario después de mis vacaciones en el Norte y me encontré con una paloma empollando un huevo blanco y pequeño en el potus de mi ventana. Era martes y en la ciudad hacía un calor de infierno.

El miércoles descubrí que no eran un huevito sino dos. Entré a Internet a investigar y me enteré de cosas: que las palomas ponen un huevo un día y otro al siguiente, que empollan durante 18 días, que nace un pichón un día y el hermanito al siguiente, que al mes de nacidos los pichones pueden empezar a volar.

Le mandé una foto a M., que en ese entonces seguía en su casa familiar a 17 hs. de distancia de esta otra casa que compartimos. Me dijo que los tirara, a los huevos: que las enfermedades, que la suciedad, que se le iba a morir el potus. Le dije que no: que cuando llegara, si quería, los tirara ella. Una semana después llegó y me repitió que íbamos a tener que tirarlos; le repetí que yo no lo iba a hacer y me fui a trabajar.

Cuando volví, la paloma y los huevos seguían ahí.

M. se terminó encariñando. Al levantarse se asomaba y saludaba “hola, paloma” y en devolución, cuando M. entreabría la ventana, la paloma ya no se asustaba de ella.

Así estuvimos los diez días que quedaban antes de que los pichones salieran del cascarón: nosotras mirando a mamá paloma desde adentro, ella empollando, gorda e inflada. Al palomo, aunque debía estar, no lo vimos más que dos o tres veces. Él sí se asustaba de nosotras.

Hace unos días volví de trabajar y M. me dijo que habían nacido los pichones: los vimos moverse, a los dos, debajo del cuerpo orgulloso de su madre. “Cada vez somos más en esta casa” dijo M., y yo sonreí.

Febrero llegó furioso, y el 1ro. amaneció con viento y lluvia. Apenas me levanté fui a ver el nido, preocupada por nuestros huéspedes; la familia seguía ahí. También seguía ahí el 2 a la cuando me fui, puntual como todos los días, 8:30 de la mañana.

Cuando volví, M. me esperaba con cara preocupada. Me arrastró a la ventana y señaló del otro lado del vidrio a un nido que a primera vista parecía vacío. “No sé que pasó”, me dijo, “hoy al mediodía estaban los tres”. Pero ya no estaban. Y en el nido vacío en realidad había un pichón muerto. Hojas y ramitas secas. Y nada más.

Supongo que la naturaleza es así (arbitraria, impredecible, soberana) pero en mi pequeñez humana no pude evitar sentir una inmensa tristeza.

Hoy cuando me levanté me asomé a la ventana con la ingenua esperanza de haber recuperado a las palomas desaparecidas. Estaba mirando cuando llegó una paloma, pero no se echó a empollar: se quedó en la reja, paradita, mirando el espacio que se abría ante ella, mirándome a mí de reojo con sus pupilas negras.

Fui a buscar la cámara pero cuando la dirigí hacia ella voló y se posó en el tanque de agua del vecino. Y me di cuenta que tenía que ser el palomo, que se asustaba de nosotras, que nos miraba de lejos cuando nos asomábamos a mirarlas.

Con mi tozudo antropocentrismo supongo que vino a buscar a su familia y que entonces no entiende, y que entonces espera.

Aunque quizás la que no entiende nada, en realidad, sea yo.

***
Este texto es mi #Día2 del #DesafíoAnalógico al que estamos jugando con Maitena Caimán y muchos otros en las redes sociales. Pueden consultar info o sumarse a jugar acá: https://www.instagram.com/p/BQAl53wlXNL/ 

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