domingo, 19 de febrero de 2017

Plantas en el balcón

19.febrero.2016


Las horas calmas de la tarde.
La casa huele a comida casera, sol y abrazos.

El balcón se va llenando tímidamente de plantas.

Mi madre tiene el patio lleno de plantas que crecen enormes, y un colibrí hace nido todos los veranos en la Santa Rita que insiste en invadirlo todo.
Mi abuela también supo tener un jardín hermoso, aunque yo sólo recuerdo la moneditas que crecía en un macetón de piedra, inamovible, el tronco grueso y arrugado como un cuello de tortuga.

Yo nunca pude cuidar nada verde con lo que no desarrollara un vínculo especial, algo así como un cariño.

Una vez alguien (ya no recuerdo quién) me regaló un helecho.
Por momentos parecía que iba a perderlo pero vivió muchos años, y en una mudanza de las muchas que signaron mi infancia pasó a formar parte de las plantas de la casa, esas que no tienen ningún dueño en particular.
Después intenté coleccionar cactus en miniatura. Les ponía nombres de emperadores romanos y diosas griegas y todas las mañanas lo sacaba a mi ventana para que tomaran sol.
Un día se los regalé a mi madre y perdieron los nombres, pero se llenaron de hijos y hermanos; cuando los visito ya no puedo señalar cuáles fueron míos.

Hace unos dos años empecé este blog. A los días mamá llegó con una maceta amarilla que traía una pequeña planta extraña dentro.

Hoy

el balcón se va llenando tímidamente de todas las plantas que M. cultiva, transplanta y riega con amor, y de los kachaloes que llegaron una vez en una maceta amarilla y que siguen multiplicándose, queriendo llenarlo todo.

No sé cuidar de nada que no sea yo, y a veces eso tampoco me sale bien.
Pero estoy aprendiendo
y lo estoy intentando.




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