martes, 6 de octubre de 2015

I de infinito


Hay días así. Días en los que una se siente infinitamente pequeña en el Universo infinitamente vasto. Días en los que pareciera que la materia y la energía se mueven con violencia, completamente fuera de nuestro control, y nos arrastran ida y vuelta en direcciones en las que a veces no queremos ir.
Y parece, por un momento, que no importa cuanto lo intentemos ni que estemos haciendo nuestro mejor esfuerzo, pues ni siquiera así vale la pena. Ni siquiera así tiene sentido.

En cambio hay otros días en que la luz del cosmos brilla de adentro hacia afuera y de pronto no hay nada inabarcable porque todo, absolutamente todo, está contenido dentro nuestro. Nos sentimos (somos) la materia de la que está hecha el Universo. Los miedos son más enormes pero también lo son las seguridades, porque intuimos que incluso fallando, no podemos fallar. Todo es parte del mismo vaivén de la vida en el que no controlamos nada excepto a nosotros mismos. 
Y a veces ni siquiera eso. Pero está bien.

Los dioses esperan para deleitarse en nosotros, dice Bukowski. Podemos todo y un poquito más porque el éxito reside en haberlo intentado. En creer en el poder infinito de la mente y el corazón dispuestos y en intentarlo.
Que no importen lo que dicen ni lo que quieren hacernos creer, que no importen ni los obstáculos ni los demonios. Que mientras haya un abrazo que nos vuelva a unir las partes cuando sentimos que nos estamos quebrando, sólo cuente el hormigueo que nos despiertan las galaxias de posibilidades que se desperezan a cada vuelta de esquina. 

Y sonreír al darnos cuenta que a veces el Universo cabe en la palma de una mano.


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