jueves, 21 de mayo de 2015

Tardes así


Lo primero que hizo Olivia cuando llegó fue sentarse junto a la pata de la mesa a observar la pequeña sala que desde hacía un mes y medio constituía la casa de Melina. La chica se apoyó contra la pared junto a la puerta y miró a la gata que a su vez miraba la sala hasta que su mente se fue lejos, hasta el proceso que la había llevado hasta allí.
En un mes y medio había cambiado de casa, de barrio, de rutina, de negocios amigos, de trabajo.
No. Era mucho más que eso: en un mes y medio había dejado de ser hija, hermana, niña, para empezar, por fin, a ser ella. A intentarlo, al menos.
Se lo había pedido el alma. Realmente no había pasado nada grave ni importante, sólo la insoportable acumulación de las mismas insignificancias de siempre. Y ella había acumulado, tirado para adentro, enterrado, escondido, hasta que todo lo que se amontonaba desordenada y suciamente en su interior había empezado a manifestarse en pequeños actos autodestructivos de los que no había tomado conciencia al principio. Lastimarse los granitos del eterno acné de su rostro. Dejarse marca de uñas en la espalda. Dejar de preocuparse por el orden y la limpieza de su cuarto. Comer siempre un poco de más y después sentirse terriblemente culpable. Escuchar Evanescense en los viajes en colectivo, ducharse escuchando Lene Marlin. Dejar de usar rodilleras en las clases de baile, empezar a hacer tela en musculosa aunque hacía frío y aunque el material le quemaba la piel por el roce. Abandonar el estudio, aceptar un trabajo que le consumìa la vida y le dejaba absolutamente nada. Juntarse menos con sus amigas. Negarse a tomar un ibuprofeno cuando se le partía la cabeza del dolor, no tomarse la fiebre cuando sabía bien que debía tener unos grados de temperatura de más. Escuchar Fix You en repetición hasta que quedaba con un humor gris e irremontable que la obligaba a aislarse de su familia porque no soportaba el mundo. Porque, sobre todo, no se soportaba a ella misma.
Desde el momento en que se dio cuenta lo que estaba haciendo hasta el momento en que se animó a hacer algo al respecto pasaron seis meses de tortura, de pelearse mucho con todos pero en especial consigo misma. Seis meses complicados después de los cuales se cansó de golpearse ella misma contra una pared y entonces empezó a martillear hacia otros lados, sobre otras superficies, aunque la aterrorizaba y la mitad de las veces le consumía toda la voluntad que tenía. Dejó su trabajo, tomó distancia de su pareja, se peleó a los gritos con quien hizo falta y, esa vez, no fue ella la que pidió perdón y cedió. Se hizo un tatuaje, y después otro. Hizo el duelo por amistades que nunca serían las mismas y lloró todo lo que necesitaba llorar con las que seguían estando a su lado, ignoró consejos, salió sola, se recibió, empezó teatro, borró todas las canciones de Evanescense de su celular. Se cortó el pelo, tiró la mitad de los apuntes que había acumulado durante sus años de facultad, donó la mitad de su ropa, regaló la mitad de sus libros, tiró las cartas de todos sus ex, buscó un trabajo nuevo. Y cuando lo consiguió, apenas cobrar el primer sueldo, buscó un departamento lejos de todo y se mudó.
No era un lugar grande, para nada. Apenas entraban Olivia, ella y las pocas cosas que se había llevado: sus libros de Cortázar y sus libros de crónicas, una caja con las cosas que había escrito y que no había tirado, una cajonera con algo de ropa, dos pares de zapatillas, dos mochilas, una carterita y un bolso, su notebook. La cama, la mesita de luz, el escritorio, la mesa, las sillas eran nuevas, igual que todas las cosas de cocina. Había gastado en ellos sus ahorros y aunque no contar con dinero de respaldo la preocupaba un poco, no se permitía pensar mucho en eso. Empezar de cero no era realmente empezar de cero si arrastraba consigo cosas que traían consigo la historia de lo que quería dejar atrás.
Olivia pareció terminar su inspección y caminó tentativamente hacia la cama. El cobertor blanco y rojo era nuevo, como las sábanas, las toallas y casi todo lo que adornaba el monoambiente. “Se te va a ensuciar constantemente” le había dicho su madre el día que se lo había mostrado, recién vuelta de la tienda, feliz porque después de andar por horas bajo un sol abrasador había encontrado el cobertor perfecto. Ninguna justificación que pudiera darle a su madre le había parecido válida contra el argumento de “se va a ensuciar”, por lo que había optado por no decir nada. A ella le gustaba. A ella la ponía contenta. No tenía que darle explicaciones a nadie. Fin de la historia.
“¿Te gusta?” le preguntó a Olivia despegándose de la pared y siguiéndola.
La gata se subió a la cama de un salto, inspeccionó los almohadones de colores y se acostó sobre uno violeta brillante y felpudo. Melina se sentó a su lado y le empezó a hacer mimos en la frente mientras paseaba su vista por su casa nueva.
“Si” ronroneó Olivia con los ojos cerrados.
“A mi también”.


La imagen, de acá: Pinterest.


***

Éste es mi desafío personal de mayo: escribir durante treinta y un días, todos los días, por muy pequeño que sea. Entre mis letras habrá de todo, una misceláneas de temas y géneros, algunos más breves, otros más extensos, algunos cercanos a la autorreferencialidad, otros completamente inventados. Lo importante es escribir, lo que salga. De todos sólo publicaré algunos; en conjunto no tienen razón de continuidad. C'est moi... ¡sepan disculpar el caos de mi cabeza!

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