jueves, 4 de junio de 2015

#NiUnaMenos


Hoy en Rosario, a las 5 de la tarde, hacía calor.

La calle estaba llena de gente en remerita, camperas colgadas del bolso, lentes de sol y apenas si se podía ver a alguien con un pañuelo al cuello, un pullover un poco más grueso. El cielo casi no tenía nubes y caminando bajo el sol no había brisa otoñol que alcanzara para hacer que uno se pusiera algún abrigo. En las calles céntricas el tráfico automovilístico y peatonal eran un caos; en las radios pasaban música, los conductores hablaban del tiempo y de los paros de trabajadores programados para la semana que viene -UTA, UNR-, cosas así. Las esquinas estaban atiborradas de personas esperando el colectivo que los sacara de ese infierno que es el microcentro en los días de semana y cada tanto se escuchaba un bocinazo, un frenazo, una puteada.

Un día como cualquier otro. 

Si uno no sabía que había una concentración, si no sabía que en el Monumento Nacional a la Bandera la gente se estaba convocando con el lema #NiUnaMenos, replicando concentraciones que se estaban llevando a cabo en simultáneo en otros 79 puntos del país, entonces, si uno no sabía nada de eso, la ciudad era una más de tantas otras, en un día extrañamente primaveral como tantos otros.

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Bajar por calle Laprida hacia el casco histórico de la ciudad no depara grandes sorpresas. Hay que esquivar señores de trajes, señoras que pasean el perro, chicas que van o vuelven de hacer ejercicio, adolescentes con uniformes escolares, niños con mochilas más grandes que ellos, veredas rotas, personas que caminan mirando el celular. Casi todos van apurados -muy apurados- y muchos -pareciera que casi todos, aunque probablemente eso no sea cierto- van en sentido contrario; hacia el otro lado, lejos del caos, lejos del Monumento.

Mirando las caras uno se pregunta: ¿sabrán que acá a cinco cuadras hay gente juntándose para pedir que basta de violencia contra las mujeres? 



Recién asomando a calle Rioja empieza a aparecer ese amontonamiento que se parece al de los días en que Argentina gana un partido de una copa mundial o al de los días de la Fiesta de Colectividades: grupos grandes de personas agrupados por sexo o por edad o por alguna otra características más o menos identificable que se mueven hacia arriba y hacia abajo de la calle, botellas de gaseosa o bolsas de papitas saladas en las manos, cada tanto algún cartel. 

En el cruce de Laprida y Córdoba, el caos. Parados en todas las esquinas, grupos de chicos estiran las cabezas como buscando a alguien; la plaza 25 de Mayo es un mar de gente que viene y que va; un policía dirige el tránsito pero aún así hay chicos que cruzan mal, automovilistas nerviosos. No hay más que doblar por calle Córdoba para empezar a sentir que algo vibra en medio de tanta gente. 

"¿Todo esto es por esa convocatoria que había hoy en el Monumento?" pregunta una señora mayor toda emperifollada, los labios rojos, los anteojos grandes y elegantes, el saco marrón oscuro, sedoso, parada en la puerta de un edificio caro. Alguien parado junto a ella le dice que sí y la señora mira hacia la entrada del Pasaje Juramento a las hileras desordenadas de gente que llegan a ella y desaparecen detrás de los muros de la Catedral. 


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Son las 5:30 de la tarde y todo es un mundo de gente. La plaza es un mundo de gente. Calle Córdoba, que está cortada al tráfico, es un mundo de gente. Buenos Aires, que también está cortada, es un mundo de gente. De un edificio sale un Audi -negro, enorme- que se mueve como una bestia torpe entre las mujeres que caminan conversando con los niños de la mano, los jóvenes con el termo bajo el brazo, los que llevan la cámara de fotos lista o el celular en la oreja, "negra dónde estás, no te veo", las parejas que caminan de la mano, los cochecitos, las bicis. 

La multitud se extiende todo a lo largo del Pasaje Juramento, en el acceso al Monumento, alrededor de la Llama Votiva, bajando las escalinatas, bajando por calle Córdoba, alrededor del mástil, en la plaza frente al Concejo Municipal. Al final del Pasaje Juramento, en la explanada que se abre antes de las escaleras que dan acceso al Propileo Trinfal de la Patria, los chicos de una murga rosarina tocan sus instrumentos y las chicas bailan; el traje de la chica que toca el saxo dice "Intoxicados" bordado en lentejuelas. Alrededor de ellos hay un círculo de gente que los escucha, los mira, les saca fotos; algunos se mueven con el ritmo imposible de ignorar de los tambores, otros se animan y un poquito más lejos improvisan sus propios pasos llevados por esa música magnética. Los chicos corren y un padre le dice a una criatura que no se suelte, que hay mucha gente. Un grupo empieza a aplaudir y nadie sabe si es porque alguno dijo algo que merecía palmas o si es porque se perdió un niño o por qué.


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Según los datos de La Casa del Encuentro, que son más o menos los únicos que en el país llevan algún tipo de estadística, entre 2008 a 2014 se registraron 1808 femicidios -que ellos hayan podido conocer, claro está. En 2008 fueron 208; en 2013, año en el que más se registraron, fueron 295. En promedio, en la Argentina muere víctima de violencia de género, una mujer cada 31 hs. Esas muertes, además, tienen otra consecuencia: desde 2008, más de 2100 niños y niñas quedaron huérfanos de madres. Ni hablar de los casos en que los padres femicidas siguen gozando de la patria potestad. Ni hablar. 



Eso, aproximadamente, es lo que conocen -detalle más, detalle menos- los miles convocados en el Monumento y en todo el país. Eso y poquito más. Recorriendo la multitud uno se pregunta si alguien sabe exactamente por qué está ahí. En lo medios, militantes feministas de todos los colores hablaron de una Ley de Protección Integral a las Mujeres (la ley 26.485) ya sancionada pero que no se cumple, o no se implementa, o no se implementa como debería hacerse: de falta de estadisticas oficiales; de falta de mecanismos reales para proteger a las mujeres víctimas de violencia de género. Hasta se elaboró un documento al respecto que en Buenos Aires se leyó ante la multitud reunida en la plaza de los dos Congresos.

En Rosario no hubo oradores, nadie que alzara la vos para organizar tanta espontaneidad y leyera algo que le diera un marco a tanta emoción social. Entonces uno se pregunta, ¿qué es lo que reúne? 

La sensanción es que nadie sabe muy bien por qué está ahí. Qué demandas hace, ante quiénes. Cuál es el enemigo. O más bien: que todos están por algo diferente y que si se sentara a las miles de personas a discutir, no pasaría ni media hora antes de que empezaran a levantarse las voces y a crisparse los ánimos. Están todas las banderas, todas las camisetas: familiares de víctimas, el Frente Progresista, las Juventudes Socialistas, el Alde, la Cámpora, el MTS, el PTP, Ciudad Futura, los pueblos originarios, Mate Cocido, los centro de estudiantes de algunas facultades públicas, el movimiento ProVida, la biblioteca popular Pocho Lepratti, ATE, Amsafé, Empleados de Comercio, UOM, Patria Grande... Dos señoras lucen sus camperas de APPLIR y los chicos del Colectivo Artístico Atrapasueños se sacan fotos con sus atrapasueños de colores en medio de la gente que ni siquiera los nota. No se ven banderas amarillas pero son tantos que quizás están fuera del campo de visión.

Da la sensación que tanta gente tan dispar no debe querer -no debe estar ahí pidiendo- exactamente lo mismo.

Las consignas son montones, esgrimidas por mujeres y hombres de todas las edades, en afiches, banderas, papeles colgados al cuello o prendidos en la ropa con un alfiler. "Ni una menos" "Si tocan a una nos tocan a todas" "Mi cuerpo es mío" "NO al aborto" "Aborto seguro" "Más amor, menos dolor" "Basta de 'ir de putas'". Cosas así. Dos adolescentes pasan con pancartas que dicen "SEXO CUANDO QUIERO", así, en mayúsculas, letras negras sobre los papeles de afiche blanco. 

"¿Leíste?" le dice una señora pasada de los sesenta a otra que va con ella "¡Son pendejas todavía!" y se ríen quedadamente. Habrá que ver las cosas que dicen las muchachas ahora...



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En el Monumento, los que no están entonando consignas o esgrimiendo pancartas, o conversan -organizan juntadas, se reencuentran con viejos conocidos, se ponen al día, preguntan por lo que pasa en otros puntos del país, comentan sobre lo maravilloso del movimiento o sobre lo cuestionable de la eficacia de cosas así-, o dan su apoyo silencioso -al movimiento contra la violencia hacia la mujer y quién sabe a qué más- y miran. La concentración masiva de gente no sólo es un momento histórico -así lo catalogarán los diarios en un par de horas más-; también es un gran espectáculo. Es la sociedad que se despliega ante los ojos, concentrados en unos cientos de metros cuadrados gran parte del abanico de tipos y poses sociales, especialmente la clase media. 



Abundan las cámaras de fotos. El que no tiene cámara saca con el celular; es como si nadie tuviese miedo hoy de los rateros. Desde los celulares más comuncitos hasya los Samsung enormes, todos los que miran apuntan a la escena que no quieren perderse: ese cartel, ese chico que mira, esas chicas cantando, las banderas, el millar de cabezas, el que vende gaseosas o pororo. Hay personas que posan para que los fotografíen, la selfie para subir a Instagram o Twitter, personas que se cruzan delante de la foto de otro y hay que voler a sacar. 

"Ustedes que son nuestras alumnas sáquennos una foto" dice una voz que suena entre un montón de mujeres, frente a la puerta abierta del Concejo Municipal.
"Bueno" responde una voz más joven y una chica agarra una cámara, tres mujeres se acomodan, una se separa del grupo y se mueve.
"No, no, mejor de acá para allá"
Y todas se mueven. La foto tiene que salir bien.

***

Fuera del Monumento, en la explanada del mástil, el bullicio es ensordecedor y la gente que vive en esos balcones que dan al Parque a la Bandera se cuida de no abrir las ventanas para que sus casas no se llenen de ruido. Suenan bombos, tambores, platillos; al menos tres grupos diferentes cantan a los gritos y el oído poco entrenado no entiende una sola palabra. Una chica grita estrofas con un ritmo que parece de cancha pero no es, la boca contra un megáfono que no suena; a su alrededor sus compañeros saltan y esgrimen pancartas y banderas pintadas en rojo y negro. Cerca de ellos una chica está parada sobre la Proa del Monumento, en silencio, sosteniendo un cartel que dice "Soy sobreviviento" y por detrás de la gente que mira a la chica que mira a la multitud pasa una adolescente envuelta en una bandera argentina y una madre amamanta a su criatura sentada en el cordón de la vereda.

Cerca de todos ellos una mujer cubierta de pies a cabeza al estilo árabe habla con una mujer vestida de pies a cabeza al estilo occidental. 
"No quise traer ningún cartel porque de cualquier manera me iban a malinterpretar" se lamenta la voz que sale de debajo del velo negro mientras sus ojos, lo único que se ve de ella, miran a los chicos que saltan y cantan y aplauden y vuelven a saltar. Y uno se pregunta qué será lo que hubiese escrito en ese cartel que no fue.


***

A medida que baja el sol y merma la temperatura, los manifestantes empiezan a desconcentrarse ordenadamente, sin incidentes, y empiezan a aparecer los que venden panchos, los que venden torta asada. Ya son casi las 7:30 y empieza a sentirse el fresco que llega del Paraná. Un joven comenta que en un lugar así, el negocio es vender café, por el frío, y las amigas asienten con la cabeza y le dicen que no se les había ocurrido. 

Las familias, los matrimonios, los grupos de amigos, los señores con perros y las chicas con bicicletas empiezan a volver hacia el Monumento, subiendo por Córdoba, volviendo a la ciudad, dejando detrás un mar de residuos y un zumbido a que algo pasó, aunque nadie sepa bien qué fue. Una parejita que recién llega le pregunta a una chica si alguien habló, si hubo discursos, y la chica les pregunta "¿discurso de qué?". 

Ella tampoco sabe bien de qué fue todo ese asunto de la concentración ni si habra servido de algo.

Ojalá que sí.



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Nota al pie: Estamos como estamos porque hombres y mujeres somos moldeados por una norma patriarcal, heterosexual y machista que toleramos y reproducimos sin darnos cuenta. A propósito de esto y de la pertinencia de la marcha de hoy, un excelente texto acá: "Forra del orto".

Nota al pie 2: La cobertura de Diario Porven de la marcha en Rosario (al final de la página, hay un enlace para ver una galería de fotos).

Nota al pie 3: Un ensayo publicado en Revsta Anfibia: "Vos, tu amiga, tu hija, tu madre". Al final del articulo hay más ensayos y crónicas sobre el tema de la violencia contra las mujeres.

2 comentarios:

Luri dijo...

Ojala alguien que tenga poder de hacer algo haya notado el ruido de la gente. Y aunque parezca poco, estoy segura que sirvió para que cada una de las mujeres maltratadas (las que estaban ahí y las que no) sepan que no están solas y que todo se puede superar. Para que se sientan parte, y se sientan contenidas. No es poco poderse expresar, poder sacarlo, y no es poco tener alguien mas que escuche.

Unknown dijo...

Luri , obvio ami que para algo sirvió, así más no sea para que quien está sufriendo de violencia de género sepa que no está sola. Igual soy tan desconfiada de la gente que tiene en su poder hacer realmente algo que bueno, salen estos textos medio descreídos.

(Nota mental: todos tenemos en nuestro poder hacer algo. Ay Sofía, ¿no aprendiste nada?)